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Aquiles, tú que escuchas

Un día de 2019, Adriana Rodríguez, una mujer de 57 años, me habló de su hermano Gustavo, un soldado caído durante la guerra de Malvinas que tuvo lugar en 1982 entre Argentina y el Reino Unido. Él, como otros cientos, fue enterrado en esas islas, en una tumba anónima y bajo una lápida con esta inscripción: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. En 2017 ambos países acordaron poner en marcha un plan para identificar esos cuerpos. En 2018, casi 40 años más tarde, Adriana supo en qué tumba estaba enterrado su hermano. “Empecé a hacer el duelo recién ahora. Pensé que en estos 37 años ya había pasado, y no: todavía lo esperaba. Me parecía que en cualquier momento me llamaba para entrar. Después del reconocimiento del cuerpo, eso se cortó”. Recibió un informe oficial con fotos de las piezas dentarias, de los objetos con los que había sido enterrado. Después de eso, su hermano ya no fue una sombra, un hueco, alguien cuyo cuerpo inerte ella no vio, sino un muerto.

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