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El legado del pura raza española

“De pronto vi un caballo que hacía piaffe y me impresionó tanto que pensé: ¡a este se le podría poner un 10!”. Tamizada por la madera y un sinfín de sillas y cabezadas colgadas geométricamente en el guadarnés octagonal de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, la luz que se cuela desde lo alto ilumina los ojos de Álvaro Domecq, acuosos de la emoción. El piaffe es un movimiento difícil, un ejercicio de doma que exige gran condición física y equilibrio al animal; un trote tan reunido que el caballo eleva pies y manos sin moverse apenas del lugar, sin avanzar, como un bailarín que levita entre tranco y tranco. Han pasado más de 40 años de esas palabras que un periodista alemán dedicó a su querido Valeroso, pero Domecq todavía se enorgullece al recitarlas de memoria. Un 10, la nota más alta. Era la primera vez que actuaban fuera de España y aquella alabanza le confirmó algo que él tenía claro desde hacía tiempo: el caballo español tiene una capacidad extraordinaria de emocionar. Tras una mañana de ajetreo en la escuela que fundó en 1973 en pleno centro de Jerez de la Frontera, el jinete octogenario lo expresa hoy así: “El caballo español es inteligente, fuerte, tiene temperamento, pero es muy noble. Y lo que más me gusta de él: es un artista. Cuando se mueve, no se mueve como otros”. Es muy expresivo, se diría. Y este rasgo se suma a otros que los entendidos y apasionados repiten cuando se les pregunta qué distingue al caballo de pura raza española, el PRE, de los demás equinos: brío, coraje, belleza, armonía, nobleza, templanza, entrega…

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