Los seres humanos somos sobre todo palabras, esto es, palabras en busca de sentido. Nombrar es crear (ya sabemos que al principio fue el Verbo). Al nombrar las cosas las sacamos de su indefinición, las hacemos visibles. La lengua que utilizamos no es inocente y tampoco neutra; por el contrario, está cargada de significado, de intenciones e intereses. Pero es un organismo vivo, y, como tal, mudable, en perpetua evolución, influido por las transformaciones sociales. Sin embargo, hay un montón de gente que alardea de un chocante e incomprensible inmovilismo en cuanto les mencionas un cambio en el lenguaje: a menudo se encocoran más que si les hubieras mentado a la madre. Pero por todos los santos, ¿en qué mundo viven? Si la lengua no hace más que cambiar, constantemente. Y menos mal, porque, si no, sería una lengua muerta.