LA PROFILAXIS a la que obliga el coronavirus ha impuesto una nueva manera de relacionarse con los cosméticos. Antes de esta nueva normalidad, los probadores virtuales se usaban por diversión y no por necesidad. Se acudía al punto de venta a testar los productos y uno podía entretener las visitas a la peluquería pasando las páginas del ¡Hola! Lo normal, vaya. En ese contexto, las espátulas otorgaban a las cremas un aire de distinción: se estaba más cerca de comprar caviar que un ungüento para la cara; el poco uso que se les daba la mayoría de las veces les hacía compartir el mismo destino que el lazo que cierra la bolsa de regalo: olvidado en un cajón o arrojado al cubo de la basura.