El coronavirus, entidad insonora, ha cambiado el sonido del mundo y la orientación de nuestra escucha. ¿Dónde queda la atención flotante, que, como sugiere Freud, es el ingrediente para percibir los murmullos del inconsciente, lo que se dice entrelíneas o lo que nos manifiestan los silencios? ¿Qué le ocurre a nuestro espacio acústico ahora que la circunstancia requiere —más que nunca— que nos relacionemos con el ambiente y con otras personas en la distancia, y tenemos al cerebro enchufado a los auriculares como si fueran un cordón umbilical, irónicamente inalámbrico? Si bien nos enlazan con el exterior, también lo hacen con nuestra interioridad —como estetoscopio de nuestros pensamientos más íntimos— y, sin que lo sospechemos, somos todo oídos.