David Grossman nació hace 66 años en Jerusalén y vive en una colina apacible de una de las ciudades más bellas y difíciles del planeta, donde pocos descartan que un día reciba la llamada de la Academia Sueca para comunicarle que ha ganado el Nobel. Su estudio está a ras de tierra, y su asunto, desde que empezó a escribir, ha sido esta piel compleja que cubre su país siempre en estado de guerra. En una de esas graves incursiones bélicas en las que Israel se ha enfrentado a sus vecinos, Grossman perdió a su hijo Uri, militar en la guerra del Líbano. Fue hace 14 años y de ello escribió en EL PAÍS un impresionante artículo en el que contó su dolor, el dolor de la familia, y es posible ver, en lo hondo de su escritura, incluso en su semblante amable, introvertido, que de aquella herida no hubiera sido posible salir sin el arma que lo mantiene con ganas de vivir: la escritura. Incluso en su nueva novela (La vida juega conmigo, Lumen), que parte de una historia real y sucede sobre todo en la atormentada Yugoslavia de la dictadura de Tito, esa autobiografía que ha marcado su vida asoma con su enorme capacidad de metáfora. Esta novela se une a otras como La vida entera, que estaba escribiendo cuando mataron a Uri en aquella guerra. Aquí el asunto es la lucha de una mujer hebrea por defender la memoria de su amor, acusado de traición a favor de Stalin por los secuaces de la crueldad del dictador yugoslavo. Hicimos la entrevista por Zoom. A veces dio la impresión de que la vitalidad y la pesadumbre, juntas, traspasaban con su mirada potente y azul la débil superficie de vidrio de la pantalla.