Las dentelladas de la melancolía pueden ser dolorosas, más aún si acontecen a 10.000 kilómetros de casa y en mitad de una jornada gélida de otoño. Lo atestigua el pianista tarraconense Lluís Capdevila, que recuerda bien el frío amargo del desaliento aquella tarde de 2014 en que, enclaustrado en su apartamento neoyorquino de Harlem, se entregó a buscar imágenes de su Priorat natal por Internet. De pronto, la nostalgia dejó paso a la premonición. Aquellos inmensos horizontes de viñedos preludiaban una nueva añada, pero ¿qué ocurriría si él suministrara el calor de su música a la maduración del vino en las barricas?