Si vive en la ciudad, y su ventana da a la calle, asómese un momento y piense dos veces en lo que está viendo. No es una distopía, llevamos un año en otra vida. En las aceras no hay gente, hay un ejército de solitarios enmascarados. Es imposible saber si alguien sonríe. Nadie apoya el carro de la compra y se detiene a charlar un rato. Muchos ciudadanos caminan haciendo eses tratando de esquivar a otros viandantes. Un tipo fuma con la mascarilla recogida en la garganta. Otro despotrica con la mascarilla como pulsera mientras abre una cerveza y se sienta en un banco, en el respaldo del banco. No hay niños sueltos. Nadie se besa. La calle, la ciudad entera, se ha convertido en un lugar de paso. Si esta vez no entendemos que estamos de paso y que no sabemos a dónde vamos, será difícil que lo lleguemos a entender nunca.