Recuerdo una inmersión en el Cantábrico de la que emergí con las manos tan entumecidas e insensibles por el frío que para conseguir estirar los dedos debía poner las manos en la borda de madera de la embarcación y echarme hacia atrás. Desde entonces, el frío siempre me ha resultado uno de los factores más limitantes de mis actividades outdoor. He pasado frío en el mar, en la montaña, en el bosque, en la selva tropical y hasta en el desierto, y eso que yo no soy especialmente friolero.