Este año es un cuadro de Mondrian. Líneas (tendencias) que discurren paralelas, otras se entrecruzan, otras llevan al verde y algunas chocan para liberar un espacio en blanco. Incertidumbre. Una grieta se abre entre la realidad y los propósitos. La recuperación económica aumentará las emisiones de dióxido de carbono, muchos países mantendrán el compromiso medioambiental a la vez que intentan asegurarse el suministro de energía (Alemania está comprometida con la descarbonización —ha cerrado sus minas de carbón—, pero continúa en marcha su gasoducto Nord Stream 2, que transportará el hidrocarburo ruso al país germano a través del mar Báltico) y los famosos materiales de transición energética (grafito, cobre, aluminio, manganeso, níquel, cobalto o litio) van a incrementar la presencia geoestratégica de China y la India en las tierras sudamericanas y africanas que atesoran esos minerales. Tensión entre líneas. Todavía existen demasiados espacios en negro en el lienzo. México está aumentando su producción de carbón. “Hay un problema esencial: necesitamos tecnologías que aún no están disponibles”, reflexiona Juan Luis López Cardenete, profesor de Dirección Estratégica en el IESE y antiguo director general de Unión Fenosa. “Transiciones energéticas las ha habido siempre, pero impulsadas por disrupciones tecnológicas”. La urgencia, por primera vez en la historia, llega antes que la técnica.