La madre de Donald Trump, Mary Anne McLeod, cambió un pueblo de Escocia por Nueva York para reunirse con sus dos hermanas y trabajar como empleada doméstica. Varias décadas antes, en la isla de Ellis había desembarcado el bávaro Friedrich Trump, tenía 16 años, era analfabeto, no hablaba inglés y cuesta creer que se le pasase por la cabeza que iba a convertirse en el abuelo de un futuro presidente de Estados Unidos. Sin embargo, puede que lo último que se le ocurriese al joven y emprendedor Friedrich fuese que su nieto sería la persona que más haría por prohibir la inmigración: el político que convirtió en ley que los menores migrantes —como él mismo— fueran separados de sus padres una vez traspasada la frontera. Trump no solo ha dicho barbaridades. Se ha convertido en el modelo de políticos como el primer ministro húngaro Viktor Orbán capaz de declarar que “todos los terroristas son básicamente migrantes”. Cuesta mucho menos creer una barbaridad que tomarse la molestia de averiguar datos para formarse una opinión. Hoy consideramos emprendedores a quienes hacen dinero —que expresión—. En la época del abuelo y la madre de Trump lo eran quienes emprendían una vida capaz de ampliar el mundo, propio y colectivo.