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El ‘toro verde’, empitonado por la pandemia y Bruselas, guardián de la dehesa

Los criadores de toros bravos viven la que, quizá, sea la peor etapa de su historia. Y no solo a causa de la pandemia. El coronavirus ha empitonado de mala manera el bolsillo y el ánimo de los ganaderos; pero no es su único enemigo. Acechan por distintos flancos las fuertes corrientes animalistas, de gran predicamento en las instituciones comunitarias, el creciente antitaurinismo de la sociedad española, la ambigüedad taurina del Gobierno español y no pocas comunidades autónomas, el amistoso desapego del Ministerio de Cultura, la oposición frontal de algunos partidos políticos y el complejo de otros… Y por si fuera poco, los propios ganaderos están divididos —hasta cinco organizaciones integran a las casi 1.100 ganaderías españolas—, y el exceso de oferta hace tiempo que tiró por los suelos el precio del toro, —el del campo a la plaza está gravado, además, con el 21% de IVA, y el de la carne se paga a un euro el kilo— mientras no han cesado de subir los de los piensos, la sanidad veterinaria o los salarios.

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