“Niños, ¿para qué sirve un periódico?”, pregunto con el arrojo peliculero de quien siempre quiso ser maestra mientras esparzo las copias de EL PAÍS y de la competencia sobre la típica mesa baja verde. De ese verde chicle menta debería ser la bandera de la infancia. Preparas un taller pensando que vas a enseñar algo y la primera lección te la llevas en la frente. El público: cinco niños de tercero de infantil (cinco y seis años) y una niña (la mía). El auditorio, el patio del colegio rural del pueblo alcarreño al que nos hemos mudado. Para evitar los aerosoles hemos arrastrado seis sillas y la mesa sobre lo que en mi época se llamaba la arena fina. La lección es de humildad.