Marceline es una adolescente malgache que abandona su hogar, en la aldea de Antanifotsy, cada madrugada, cargando fardos de leña que transporta hasta el mercado del pueblo de Betafo, donde también está su colegio, a casi dos horas a pie. Cuando termina las clases, marcha otras dos horas de vuelta para ocuparse de las labores en la casa, cultivar, ir a buscar agua, recoger a los animales y hacer los deberes, ya frisando la medianoche. Alberga el deseo de convertirse en profesora, quizás monja y, por eso, la vida se le va en un baile de tareas de todo tipo que vienen a complicar dos factores imprevistos: el cambio climático y la deforestación. Ambos fenómenos ponen al límite a Madagascar, la isla donde vive, alterando de paso su ruta al colegio para ponerla a triscar por las orillas de un desfiladero estrecho, entre rocas desmoronadas y barranqueras cuando llueve y alongarle el camino.