Las tortillitas de Estefanía Rangel crujen como barquillos, saben a camarones y a masa frita, y casi no manchan ningún papel. Secas, medio huecas y muy sabrosas, se asemejan a un encaje frito que chasquea desde el primer bocado. Las elabora en el restaurante Puerta de la Victoria en Sanlúcar de Barrameda, cuya terraza en pleno agosto suele encontrarse medio desierta a diferencia de otros locales de la plaza del Cabildo siempre atiborrados. Desde hace tiempo encabezan mi reducida lista de favoritas junto con las de El Faro, en Cádiz, y las del sanluqueño José Calleja en el restaurante Surtopía de Madrid.