Dicen de Turín que es la otra cara de Italia. La que no encaja en los tópicos. La ciudad brumosa y trabajadora del norte; burguesa, desahogada, verde, seria, elegante, sibarita. Los Alpes casi se tocan, jardines y parques por doquier, colinas frondosas encajando al río Po y arropando un casco antiguo techado por casi veinte kilómetros de pórtici (soportales) de todos los estilos y variedades marmóreas; tranvías silenciosos deslizándose como gatos entre palacios barrocos, restaurantes y cafés históricos donde se perfuman las viandas con láminas de trufa blanca. Sin olvidar que el vermú y el chocolate fino, si no se inventaron aquí, encontraron al menos su fórmula cabal.