Preparando mentalmente una conferencia sobre la “atención” me vino a la memoria una anécdota de Jorge Luis Borges, el cual mantenía en cierta ocasión —así lo contaba— una trabajosa conversación telefónica transoceánica con un amigo. Este, en medio de una selva de ruidos y demoras, insistía: “Borges, ¿me escucha?”. Hasta que Borges, irritado, le gritó: “Sí, hombre, sí, le escucho pero no le oigo”.