Dice el programa de mano de El sirviente que esta obra trata de “una relación de poder donde cohabitan la ambigüedad, la sumisión y la manipulación. Una relación cargada de suspense emocional, de dominación, de atracción, de dependencia y de emancipación”. En efecto, todo eso está en la novela de Robin Maugham (1948) y se disfruta con morboso placer en la palpitante adaptación cinematográfica que dirigió Joseph Losey (1963), con la ayuda en el guion de nada menos que Harold Pinter. Pero es pura teoría en la puesta en escena de Mireia Gabilondo: no hay tensión ni suspense.