Michelle Obama consigue que un discurso multitudinario llegue a cada persona del público como si estuviera susurrándole al oído. Ya despuntó en la universidad, a pesar de que formaba parte de esa minoría negra que emergía, como ella misma ha descrito, igual que semillas de amapola en un tazón de arroz. Obama no tiene intención de postularse para ningún cargo político, pero bien podría ser una apuesta ganadora, por la fuerza y la firmeza inquebrantables que irradia tanto en la voz como en el mensaje y la sonrisa. ¿Y qué decir del entrenador del Real Madrid, Zidedine Zidane? Elegante y con una naturalidad pasmosa, contagia entusiasmo e ilumina al equipo. Es un triunfador y lo sabe. Más ejemplos célebres de magnetismo personal son Greta Garbo, uno de los grandes mitos del cine y famosa por su irresistible seducción; Frida Kahlo, con una inigualable intensidad dramática; o Mahatma Gandhi, cuyo pensamiento enroló a millones de personas en una causa común: “Me ven cercano, vienen y me cuentan sus problemas”, decía. Todos ellos tienen pellizco, ese “no sé qué” que nos pone la piel de gallina y que podríamos resumir en un solo concepto: el carisma.