No hay mejor fábula de Navidad que la mítica tregua del jueves 24 de diciembre de 1914. Cada quien la cuenta como le sirve, claro, pero suele repetirse que en las horas más quietas de esa Nochebuena –en el quinto mes de la Gran Guerra– el ejército alemán cantó Noche de paz en sus trincheras decoradas para la ocasión, el ejército británico respondió con un villancico de los suyos, y pronto los unos y los otros se encontraron en tierra de nadie para ponerse de acuerdo en el dolor, en el “aunque yo camine un día por el valle de la muerte no temeré porque Él está conmigo”, del Salmo 23, y en la idea de dispararles a blancos vacíos, a espaldas de los deseos de los superiores y de los políticos, para detener aquella matazón de prójimos.