El de Girona es uno de los aeropuertos que viven mirando a Ryanair. La actividad de la aerolínea que puso en pie el histriónico Michael O’Leary ha marcado sus aumentos y caídas de actividad como si fueran estados de ánimos desde 2002, cuando aterrizó su primer avión. Un 70% de los pasajeros llegan o se van de Girona con la low cost irlandesa. El último cambio de humor llegó esta semana con un resultado agridulce: Ryanair mantendrá allí su base, pero a cambio de degradar las condiciones laborales de sus trabajadores. Un movimiento que sindicatos como USO definen como “coacción” y que la Inspección de Trabajo ha empezado a investigar. “Las he visto de todos los colores. Me he pasado media vida amenazado. Es terrible que te monitoricen mensualmente las ventas y si no llegas a la media te amenacen con bajarte la categoría o cambiarte de base”, denuncia Álvaro, un empleado con tres lustros a sus espaldas que se esconde tras un nombre ficticio.