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Salvarse de lo vulgar

“A ver ¡qué baje el siguiente!”, exclamé desde el sótano de un restaurante reconvertido en almacén, tienda y clínica. “¡Pero bueno! ¿A ti qué te ha pasado?”. “Nada, nada”, responde el hombre, cabizbajo, hipnotizado. “Rubén, ¿quedan pantalones de talla media?”, grito por encima de la música, el alboroto y las estanterías. “Zapatos, necesito zap…”, balbucea el hombre. “No puedo más, no puedo”, dice mientras su cuerpo se desploma: con su frente contra mi pecho y su sien por mi hombro, mis manos acarician su cabello con ternura paternalista.

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