“James Joyce decía que cada escritor debería tener una experiencia de exilio, porque solo así se pueden escribir cosas con peso”, recuerda la escritora Monika Zgustova, nacida en Praga en 1957. Sin embargo, y a pesar del (auto)exilio a Alemania, Joyce nunca dejó de escribir en su lengua materna (el inglés), al contrario que Joseph Conrad, que llegó al inglés desde el polaco; Nabokov, que saltó del ruso al inglés, o Milan Kundera, que pasó del checo al francés. Un cambio lingüístico que conoce bien la propia Zgustova, llegada a España en 1983 y que ahora escribe sus novelas en checo, español y catalán. “España es como un niño inocente, pero bien predispuesto. Solo le falta experiencia a la hora de asimilar otras culturas en su literatura”, sostiene. El exilio, la emigración voluntaria o la herencia de tener padres migrantes son elementos que otros países han sabido articular dentro de sus narrativas, y así nombres como el de Hanif Kureishi (hijo de paquistaní) o Zadie Smith (hija de jamaicana) se inscriben por derecho propio en la tradición literaria inglesa, como en la francesa lo hacen firmas como Marie NDiaye (hija de senegalés). En España esas voces mixtas, esas personalidades nacidas entre dos aguas que hablaban español en la escuela y chino en el restaurante de sus padres, o castellano en el instituto y árabe en sus reuniones familiares, luchan por hacerse oír.