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Osías Stutman quiere dejar de ser el secreto mejor guardado de la literatura argentina

El poeta argentino Osías Stutman (Buenos Aires, 1933) es casi una criatura mitológica. El bardo que, como su inventado poeta romántico, Fulgencio Linares, podría no existir. No en vano, sus apuntes biográficos lo sitúan en todas partes, en los momentos clave, oculto a simple vista. Su nombre y sus versos figuraron en la legendaria Antología de poesía nueva en la República Argentina (1961) de Juan Carlos Martelli, junto a los de los hoy clásicos Alejandra Pizarnik y Juan Gelman. Si no ha llegado aún a tener la consideración de aquellos, si no la tuvo entonces, fue porque desapareció. Después de aquello, no estuvo en ninguna parte, poéticamente hablando, durante 30 años. En realidad, sí lo estuvo, y nada menos que en el centro del mundo: Nueva York. Sólo que no escribiendo. Encerrado en un laboratorio. Como William Carlos Williams, Stutman fue médico siendo poeta. Inmunólogo. Así, durante el día, en la ciudad que nunca duerme, vestía bata blanca y, por la noche, trataba de toparse con Dylan Thomas en el White Horse, o con su admirada Djuna Barnes —“tenía dentro una creatividad infinita”— en cualquier parte, sin éxito.

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