El Club Baloncesto Estudiantes, miembro fundador de la liga española y cantera imprescindible de la selección, se encuentra estos meses en uno de los momentos más críticos de sus 72 años de historia. A una semana para el cierre de la ampliación de capital convocada en noviembre para salvar la institución, sus gestores multiplican sus esfuerzos atendiendo al pasado, presente y futuro. Trabajan para renegociar los plazos de la deuda de siete millones de euros —con un compromiso de pago anual de 1,4 millones a Hacienda, resultado del concurso de acreedores al que se acogieron en marzo de 2010—, para rescatar al primer equipo, inmerso en los puestos de descenso (17º) a 14 jornadas del final del campeonato; y para proyectar una hoja de ruta a medio y largo plazo que otorgue continuidad a su proyecto deportivo y social. Lo explica a EL PAÍS el presidente del club del Ramiro de Maeztu, Fernando Galindo. “El riesgo de desaparición no está resuelto aún, pero parece que se ve luz al final de túnel. No hay una solución cerrada, pero el trabajo realizado nos permite ser optimistas”, recalca Galindo. “La gente pensaba que éramos una institución eterna, infinita, y no es así. Había que lanzar una voz de alarma, mostrar la realidad”.