Las convocatorias de elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia para el 5 de abril surgieron bajo el augurio de muy interesantes. Desmonopolizaban el interés centrado en la cuestión catalana, mostraban que el Estado autonómico sigue vivo y evidenciaban que, pese a sus defectos, puede ser y de hecho es útil para el desarrollo de las “nacionalidades históricas”, en vez de un corsé anticuado e inservible.