En sus tres décadas y media de existencia, el sistema español de cooperación para el desarrollo ha logrado acumular experiencia y capacidades técnicas, consolidar instituciones y depurar procedimientos de gestión. Hoy se hace una cooperación, sin duda, más compleja y ambiciosa que antaño. Pero ese proceso se ha desplegado en un entorno normativo e institucional crecientemente inadecuado y con una recurrente penuria de medios (técnicos y financieros). De este último rasgo solo se salva el breve período de la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, donde la ayuda experimentó un importante —aunque desordenado— crecimiento. Iniciada la crisis económica al final de la década pasada, aquel proceso expansivo se revirtió y la cooperación al desarrollo entró en una senda de continuado declive, hasta situar las cifras de nuestra ayuda en niveles cercanos a la irrelevancia.