A menudo, se ha intuido que el procés requería más psicoanalistas que politólogos. No es raro que Carlos Cué titulara su crónica de la mesa bilateral como “tres horas de terapia sobre el origen de la crisis catalana”. Con un problema político de primera magnitud que ha fracturado la España constitucional, ha debilitado la cohesión autonómica despertando el fuego de los agravios volcánicos, ha internacionalizado una imagen devaluada de la democracia española, ha fomentado la irrupción de la extrema derecha con un patriotismo trasnochado…la obsesión del lado indepe todavía ahora, ya con la mesa tan anhelada, ha sido establecer cuándo empezó el procés, por supuesto para buscar el primer culpable como se busca al paciente cero de una epidemia. Esa obsesión por mirar atrás es uno de los males de un nacionalismo cada vez más patológico, aunque esto resulte una tautología. En lugar de explorar insistentemente sus heridas, casi siempre ficticias como el ens roba, deberían explorar las soluciones.