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Goliat contra David

Mi amigo José Ignacio, uno de los últimos ganaderos de leche que queda en una montaña donde llegó a haber centenares, nunca pensó que saldría en la prensa. Mi amigo José Ignacio, ganadero vocacional y por tradición familiar que se remonta posiblemente a siglos, ha superado todas las tempestades que en los últimos tiempos han azotado a los de su gremio: el mal de las vacas locas,la brucelosis, la caída de los precios de la leche, el abandono de las empresas de recogida de aquellas granjas más alejadas de los centros de comercialización, pero la semana anterior se enfrentó a un nuevo enemigo: el Estado, con el que nunca creyó que pudiera. Resulta que a José Ignacio una de sus vacas se le escapó del cercado en el que pastaba y resultó atropellada por el tren de vía estrecha que pasa cerca del lugar. El convoy iba vacío y el maquinista resultó ileso, no así la vaca, a la que hubo que sacrificar, y todo quedó en un susto, prosiguiendo el tren su camino sin otra novedad que un mínimo retraso en su recorrido. Al poco tiempo, a José Ignacio le llegó una sanción de la autoridad ferroviaria por “falta leve” de 800 euros, que pagó religiosamente y creyó que ahí se acababa todo. Para un ganadero, 800 euros, más la pérdida de una vaca, que tuvo que malvender, no es cosa menor, pero dio gracias de que el accidente no hubiera tenido más consecuencias.

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