Vaya por delante mi admiración por Felipe González y José María Aznar. Estoy convencido de que ambos tienen mucho que contar. Y el hecho de que sean expresidentes no inhabilita en absoluto sus opiniones sobre la política actual; es más, me parece interesantísimo que escruten a sus sucesores y los reconduzcan con la autoridad que concede la experiencia vivida. Lo que resulta más chocante es que de manera reiterativa se conviertan en pareja de conferenciantes. Sinceramente, no sé si a las personas que ahora tienen 20 años les resultará confortable sospechar que dentro de un par de décadas tendrán que asistir con naturalidad a charlas conjuntas entre Irene Montero y Rocío Monasterio, por poner un ejemplo. Ojalá suceda, porque eso querrá decir que la vida sigue igual y no ha ido a peor, que era la tendencia más probable. Pero esa especie de programa doble, que se ejecuta en foros de elevadísima reputación, no deja de provocar algo de extrañeza e incomodidad.