Todos hemos visto las imágenes de familias con niños, gaseados por el Ejército griego en la frontera. Las de balsas pinchadas por sus guardacostas con resultado de, al menos, la muerte de un niño. Las de demandantes de refugio apaleados por los otrora acogedores habitantes de Lesbos, los mismos que ahora insultan a las mujeres que llegan a sus costas tratándolas de prostitutas o ratas… Del otro lado, el cada vez más autoritario Erdogan ejerce descaradamente su chantaje utilizando como moneda de cambio para sus pretensiones a miles de desplazados forzosos en una guerra en la que nadie tiene el menor rastro de legitimidad y en la que el derecho internacional humanitario se ha esfumado. Todo ello ante la aparente impotencia de los chantajeados, la supuesta potencia del soft power, agente internacional y mediadora por la paz, la democracia y los derechos humanos que dice defender: la UE.