“¡Estamos siendo atacados en el centro de tratamiento del ébola!“. Estas fueron las palabras que escuché cuando descolgué mi teléfono el 27 de febrero del año pasado. Estaba en Ginebra, acababa de regresar de la República Democrática del Congo (RDC), donde había coordinado la respuesta de Médicos Sin Fronteras al brote del virus del Ébola. La persona que me llamó estaba en el centro de tratamiento de Butembo, una instalación con 96 camas, y llamaba en el mismo momento en el que hombres armados cruzaban la puerta principal y abrían fuego. Cuando dejaron de disparar, incendiaron el recinto.