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Cada vez dormimos menos, pero nuestro cuerpo tiene la receta para remediarlo

En 1909, el científico japonés Kuniomi Ishimori realizó uno de los primeros experimentos de la historia destinado a comprender los mecanismos internos del cuerpo que generan el impulso para dormir. Extrajo líquido cefalorraquídeo de perros que habían sido privados de sueño y lo inyectó a un segundo grupo de perros descansados y activos. En cuestión de horas, estos cayeron en un profundo sueño. A los pocos años un equipo de investigadores franceses repitieron el experimento con los mismos resultados. La conclusión era clara: la sangre de los animales dormidos contiene algún tipo de somnífero que es más potente que cualquier pastilla y que Ishimori denominó “sustancia hipogénica” o “somnógeno”. 

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