“El puto aire español. Me encanta” exclama Ian Somerhalder llenando sus pulmones de polución madrileña. El actor lo experimenta todo con ese entusiasmo de boy scout que solo tienen los americanos y además él es de Louisiana, el estado más disfrutón: presume de los moratones que le dejó el festival Mardi Grass de Nueva Orleans (“fantásticos, amo cada uno de esos moratones”), saluda a todo el mundo chocando el puño y describe el trabajo del peluquero como “increíble” mientras camina hacia el baño para echarse cera y peinarse él mismo. Al salir muestra preocupación por (aunque no curiosidad por comprender) el conflicto catalán y cuenta que estuvo a punto de comprarse un apartamento en Sitges en 1998.