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El coste de la negación

Frente a lo que se ha venido afirmado acerca de la imprevisibilidad de esta pandemia, una especie de mala suerte que nos habría tocado vivir, conviene recordar que esta es una crisis anunciada hace años, desde el momento en que los casos de epidemias se incluyeron en los programas de estudios estratégicos de las principales universidades. Vaticinada en octubre pasado, cuando investigadores del Center for Strategic and International Studies informaron de que el coronavirus sería el protagonista de la próxima epidemia global. Se sabía el qué pero no el cuándo. Hasta el pasado enero. En el instante en que las autoridades chinas pusieron en cuarentena la provincia de Hubei y el virus se fue aproximando a la Unión Europea. Caló vigorosamente en Irán y llegó a Italia, siguiendo una trayectoria dominó que gradualmente recorrerá el planeta. No obstante, y a pesar de la evidencia e información disponible, el riesgo fue negado hasta el último momento. Negado en este país por los que irresponsablemente permitieron y alentaron manifestaciones multitudinarias. Tampoco se libran los dignatarios extranjeros. Boris Johnson inicialmente afirmó que bastaba con lavarse las manos al canto de happy birthday para protegerse del virus, y a Trump poco le faltó para enterarse por la prensa de la gravedad de los hechos. Finalmente, en un sentido más generalizado, la gravedad fue también negada por aquellos que en un primer momento desaprobaban gestualmente los amagos de evitar besos y apretones de manos, pese a que Angela Merkel lo había dejado claro.

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