En estos días de encierro obligado, en los que, afortunado yo, solo disfruto del cielo que me deja contemplar mi terraza, estoy poniendo a prueba, tal vez más que nunca antes, al machote que todavía llevo dentro. Es decir, al tipo volcado en lo público, en su dimensión productiva, en una permanente acción con la que le demuestra al mundo —y a sí mismo— lo mucho que vale. El que nunca encontró en lo privado un espacio de realización personal, el que habitualmente huyó de estos trabajos de sostén emocional que otras hacían por él, el que sentía que la casa se le caía encima cuando pasaba en ella más de dos días seguidos.