Mary Cassatt fue artista de museo, donde observó entusiasmada a Velázquez, Correggio, Ingres y Rubens. Pero estas referencias palidecieron cuando la pintora norteamericana entró en la gran exposición de artes gráficas japonesas de la Escuela de Bellas Artes de París, que deslumbró a la capital francesa entre abril y mayo de 1890. En la muestra se exhibían más de setecientos grabados ukiyo-e (estampas costumbristas de finales del siglo XVIII y principios del XIX) y cuatrocientos libros ilustrados. Había ejemplos de Utamaro y de Hokusai. Tras la visita de la exposición escribe emocionada a la también pintora impresionista Berthe Morisot: “En serio, no debes faltar. Cualquiera que haya visto los grabados a color no podrá considerar que haya soñado jamás con algo más hermoso. Yo sueño con ellos, y no pienso en nada más que en crear grabados en cobre. Henry Fantin-Latour, que estaba allí el primer día que yo fui, estaba en éxtasis […]. Debes ver a los japoneses: ven tan pronto como te sea posible”. El impacto empujó a experimentar a Cassatt –que la visitó varias veces– con nuevas técnicas, colores y composiciones de estilo japonés.