En caso de que en Suiza todavía quedase algún “hombre de la calle”, como dice la expresión, y ese hombre (o esa mujer) no se encontrase en su casa aislado física, mental y socialmente, teletrabajando o, lo que es peor, en paro forzoso, si se le preguntase qué espera de la Unión Europea en la crisis del coronavirus, la respuesta sería una mirada de incomprensión o, simple y llanamente, un “nada”.