¿Un hecho tiene que ser cierto para que lo aceptemos como cierto, o la fe en la veracidad de un hecho lo convierte en verdadero, incluso aunque lo que se supone que sucedió no haya sucedido? ¿Y qué ocurre si, a pesar de nuestros intentos de averiguar si el hecho sucedió o no, llegamos a un callejón sin salida lleno de incertidumbre y no podemos estar seguros de si la historia que nos contó alguien en la terraza de un café en la ciudad de Ivano-Frankivsk, en el oeste de Ucrania, partía de un hecho histórico poco conocido pero verificable, o era una leyenda, o una fanfarronada, o un rumor sin fundamento que había pasado de padre a hijo? Aún más importante: si la historia resulta tan asombrosa y elocuente que nos quedamos boquiabiertos de asombro y con la sensación de que ha cambiado o profundizado nuestra interpretación del mundo, ¿importa que la historia sea cierta o no?