Una noche de verano de principios de los sesenta, en una manifestación en Nueva York, el izquierdista Murray Kempton proclamó ante un público lleno de viejos rojos que, aunque Estados Unidos no los había tratado bien, había tenido mucha suerte de contar con ellos. Mi madre estaba entre el público aquella noche y, al volver a casa, dijo: “Estados Unidos ha tenido suerte de que hubiera comunistas aquí. Ellos son los que más empujaron al país a convertirse en la democracia que siempre dijo ser”. Me sorprendió que lo dijera con voz tan suave, porque siempre había sido una socialista exaltada; pero eran los años sesenta y, a esas alturas, estaba verdaderamente cansada.