En marzo de 2014, cuando comenzó el brote del ébola, la emoción que predominó fue el miedo. Apenas teníamos información pública sobre cómo equipar a los trabajadores sanitarios que estaban en primera línea o sobre cómo proteger a los ancianos, las mujeres embarazadas, los niños, niñas u otras personas vulnerables. Los medios de comunicación destacaban los peores escenarios y prevaleció el pánico.