El 9 de mayo, una riada entró en el hogar de Mariam Nakaisa (60 años) como un animal furioso. Era un mar inmenso de lodo. Mientras ella describe ese momento, la lluvia golpeando el techo de zinc interrumpe su relato. La mujer se acerca en silencio a la puerta de su casa, una única habitación que comparte con tres nietos, y no disimula su inquietud tras descubrir un cielo cubierto de nubes grises. “No me gusta la lluvia. Las inundaciones son lo peor de vivir en este sitio”, dice Nakaisa. El sitio del que habla es Bwaise, una barriada informal de Kampala, la capital de Uganda. Nakaisa sabe que las riadas pueden regresar en cualquier momento, transformando estas callejuelas en ríos de agua turbia.