Leo en el periódico que ha muerto Juan Genovés y al día siguiente me entero nada más abrirlo de que ha muerto Elena Aub. Un signo de que uno va haciéndose mayor es la frecuencia con que lee necrológicas de gente a la que ha conocido. Durante muchos años yo tuve un trato intermitente y cercano con Elena Aub, más hecho de cartas y luego de correos electrónicos que de encuentros personales. A Juan Genovés le tuve admiración desde mucho antes de conocerlo. El año en que cumplió 80 años me invitaron a escribir el texto para un libro sobre su pintura, y gracias a ese encargo tuve la oportunidad de visitar su casa y su estudio, de verlo trabajar y conversar mucho con él. Los pintores a los que he conocido son extraordinariamente articulados cuando explican su trabajo o cuando reflexionan sobre el arte, o sobre el mundo visual. Hablan con la precisión del que lleva toda la vida dedicado a un oficio. Yo empecé a aprender de verdad sobre arte escuchando a José Guerrero en Granada, a principios de los años ochenta, y fijándome en las cosas que hacía con sus manos grandes y ásperas, fornidas en la vejez, manos de carpintero o de ebanista. También Juan Genovés venía de una familia trabajadora, de la ilustración popular y republicana de Valencia, y ese origen, sellado por la memoria infantil de la guerra, y por el espanto de lo que vino después, marcó su identidad de artista y su conciencia política.