Este abril ha sido uno de los más lluviosos que se recuerda en Madrid. La naturaleza está en todo su esplendor. El camino que conduce desde el primer control de seguridad de La Zarzuela hasta el palacio aparece bordeado por una espléndida vegetación y por ciervos que lo atraviesan con parsimonia. Aquí en apariencia nunca cambia nada. Pero en la entrada de la Jefatura del Estado ya se detecta que no es lo mismo. Los circunspectos guardias civiles van cubiertos con mascarillas y guantes negros de látex. El DNI se entrega al agente con el brazo al máximo de su extensión para mantener la distancia social. El coche gris híbrido que te transporta desde ese punto de vigilancia hasta el corazón del complejo real, oculto en el inmenso monte de El Pardo, propiedad de Patrimonio Nacional, incorpora mamparas de separación de metacrilato. El silencioso conductor uniformado que no abre la boca ante un mínimo intento de charla lleva la mascarilla ajustada hasta cortarle la respiración.