“¿Se puede patentar el sol?”. El científico Jonas Salk reaccionó así en una entrevista cuando le preguntaron quién obtendría los beneficios de la comercialización de la vacuna de la polio, que acababa de descubrir. “Él lo veía como un avance natural de la ciencia y su resultado debía pertenecer a la gente”, recordaba su hijo en un documental años después. Un razonamiento que hoy suena a marciano cuando se está produciendo una carrera entre países y empresas para hacerse con la vacuna de la covid-19. Salk se convirtió en algo así como una estrella del rock cuando presentó el remedio a la enfermedad más temida en aquel momento. Una dolencia misteriosa que cada año dejaba paralíticas o mataba a miles de personas.