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Marsé y el espíritu de la novela

Juan Marsé alentaba el espíritu de la novela con una pureza y una integridad que solo están reservadas a los nombres mayores del oficio, o bien a esos narradores instintivos que hechizan cuando cuentan y nunca escribirán una palabra. Marsé era novelista de la misma manera visceral en que era lector apasionado de novelas, y mucho antes, de niño, lector de tebeos y de novelillas de quiosco, aficionado a las películas en los cines de barrio, oyente alerta y narrador activo de las fábulas orales que se contaban los niños en las calles populares de la Barcelona de posguerra, las aventis que él transmutó en literatura en Si te dicen que caí. En esa novela, y en Un día volveré, la memoria proscrita de la resistencia republicana se convierte en leyenda embellecida por el ejemplo de los héroes del cine y filtrada por la bruma del rumor y el misterio. Los antiguos pistoleros libertarios, los guerrilleros urbanos que en algunos casos se mantuvieron activos durante más años de lo que había parecido verosímil —el último de los hermanos Quero fue abatido en Granada por la Guardia Civil a principios de los años sesenta— adquirían en la imaginación infantil una estatura épica como de forajidos de película de vaqueros o de gánsteres, admirados en la oscuridad propicia de las salas de cine, recreados luego en las narraciones sucesivas de los niños en la calle.

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