Al CGAC, “buque insignia” del arte gallego, bautizado así en los años noventa por la élite intelectual autonómica, se lo ha tragado el océano. En su lugar ha aparecido un cúmulo de crebas —objetos y restos de naufragios que el mar devuelve a la tierra— traducidas y catalogadas por Francesc Torres, artista referente en la creación del relato humanista instalado en los márgenes entre saberes, formas estéticas y técnicas artísticas cuya práctica ha encontrado su lugar en la historia del arte bajo la categoría de “instalación”. Pero Crebas, la exposición de Francesc Torres comisariada por Rocío Figueroa, no ha llegado sola al CGAC; la resaca de fondo del programa institucional ha arrastrado hasta el mismo centro otra exposición, la del corpus objetual de Man de Camelle, el excéntrico esteta estilista de A Costa da Morte que quiso convertir la naturaleza en museo. A Man se lo ha tragado el vertido del Prestige. En su lugar ha aparecido el blanqueamiento de la historia.