Entre los héroes de Juan Benet destacaba Franz Schubert. Buscaba en la música del compositor aquello que expresa más allá de la razón para aplicarlo a su escritura. Por eso exploró en buena parte de su obra ese paralelismo. Puede que desde el principio ya lo hiciera inconscientemente. Schubert escribió algunas de las piezas de piano a cuatro manos más gloriosas de la historia de la música y, precisamente así, dos amigos como Juan Benet y Luis Martín-Santos, comenzaron sendas carreras literarias a finales de los años cuarenta. Desde la confluencia de mundos con referencias, complicidades y afanes comunes pasaron a bifurcarse en caminos que marcaron la literatura española del siglo XX. Benet era ingeniero de Caminos. Se colocaba el casco en las obras para proteger su imaginario de los estruendos con carga de dinamita que producían los pantanos en pleno franquismo. Luis Martín-Santos no quiso ser cirujano ni seguir así la estela de un padre que había asistido al bando nacional en la batalla del Ebro. Acabó afianzándose como psiquiatra, quizás para pulsar la maltrecha conciencia colectiva que le llevaría a escribir su Tiempo de silencio.