En el Windows on the World, Nueva York era siempre el plato principal, escribió un crítico. Nadie iba al restaurante del piso 107 simplemente para cenar. Se acudía para pedir matrimonio a alguien, para impresionar a un cliente potencial, para demostrar a unos padres de visita que el hijo inmigrante se había hecho un hueco en Estados Unidos. O simplemente, para celebrar, como hacían miles de turistas a diario, que por una semana estaban en la mejor ciudad del mundo.