Los Lykov llevaban más de cuarenta años apartados del mundo cuando fueron “descubiertos” en el verano de 1978 en una zona remota de la taiga siberiana. Karp Ósipovich Lykov y sus cuatro hijos practicaban una variante especialmente radical del cristianismo ortodoxo y aún hablaban del zar como si estuviera vivo, en un ruso anticuado, difícil de comprender para sus interlocutores. Los más jóvenes nunca habían visto a ningún otro ser humano aparte de sus padres. Vestían con ropas de arpillera de cáñamo, iban descalzos y se alimentaban principalmente de patatas y piñones: cualquier otra comida y utensilio que no hubieran sido producidos por ellos “no les estaba permitido”, decían.